El pasado abril realizamos el taller de cierre de la campaña 2024–2025 del proyecto de evaluación colaborativa de tomates criollos. Una vez más, nos reunimos desde diferentes regiones y experiencias para celebrar un proceso colectivo que sigue creciendo, impulsado por el compromiso de huerteros y huerteras, productoras agroecológicas, investigadores, estudiantes y defensoras de las semillas libres.
Durante el encuentro compartimos los principales aprendizajes y resultados de la campaña. Este año, se distribuyeron más de 150 kits de semillas, incluyendo las variedades Aimé, No me olvides y La Piqui, y en algunos casos también el tomate Ronita. A pesar de los desafíos climáticos y algunas dificultades con la germinación, el 40% de las planillas fueron completadas en su totalidad, y se destacó una activa participación en el registro fotográfico y los espacios de intercambio.
Las evaluaciones registraron desempeños medios y altos en las variedades Aimé y No me olvides, y se valoró especialmente la riqueza del proceso colectivo: el intercambio de experiencias, el acompañamiento mutuo y la diversidad de prácticas y territorios que nutren este trabajo.
El corazón del taller estuvo en las experiencias compartidas por quienes participaron activamente en la campaña. Patricio, huertero urbano de CABA y participante desde hace tres años, destacó la importancia del grupo como espacio de aprendizaje: “Lo que más entrené fue la observación. Lo que no entendía lo consultaba, y ahí aparecía el valor del intercambio”.
Desde la cooperativa agroecológica Minka, Paula y Julia compartieron sus experiencias con las variedades criollas y el tomate Ronita. Paula destacó su rusticidad y rendimiento, mientras que Julia relató su vínculo afectivo con las semillas: “Me gusta hacer semilla porque me siento identificada con los tomates. Este año tuve una cosecha muy buena, especialmente con No me olvides”.
Estefanía, desde Cipolletti, compartió su camino desde la producción familiar al vínculo con el mundo gastronómico. “Cultivo tomates ricos. Esa es mi búsqueda. Este año vendí directamente a restaurantes y al público, contando la historia de cada variedad. El tomate criollo despierta mucho interés”, contó.
Desde México, Nereida Sánchez, del proyecto Semillas Colibrí, relató el trabajo de su granja familiar y la búsqueda de una variedad adaptada a su territorio. Con más de 150 tipos de jitomates recolectados, hoy sigue evaluando sabor, resistencia y adaptación local, en una tarea de años: “Mi objetivo es ofrecer semillas nativas y criollas de polinización abierta para agricultura urbana”.
Por su parte, Ignacio Castro y Gustavo Schrauf (FAUBA) compartieron avances en mejoramiento genético, cruzamientos con materiales tolerantes al virus rugoso y reflexiones sobre la comercialización. “El canal de venta define en gran medida la viabilidad del tomate criollo. El valor está en el sabor, pero también en encontrar el lugar donde se lo valore”, señalaron.
El encuentro también fue oportunidad para mostrar un adelanto del nuevo tutorial de extracción de semillas, desarrollado junto al grupo de Semillas Locales de La Plata (LIRA), y presentar los avances de una aplicación en desarrollo para fortalecer el registro, la comunidad y la visibilización de guardianes y guardianas de semillas.
Desde Bioleft, celebramos este cierre como un nuevo comienzo. Agradecemos profundamente a quienes cultivan, registran, observan y comparten. Y renovamos el compromiso con esta red que protege, multiplica y reimagina el futuro de nuestras semillas.

¡MUCHAS GRACIAS A TODXS LXS QUE PARTICIPARON EN NUESTRA CAMPAÑA!